El 6 de junio de 1994, siendo las 3:47 p.m., el municipio de Páez fue epicentro de un sismo con intensidad de 8 (dañó severo) que originó 3.000 deslizamientos, más de 1.000 personas muertas y más de 7.000 familias damnificadas en el departamento del Cauca.
Cuando Adriana Agudelo, funcionaria del Servicio Geológico Colombiano (SGC), específicamente del Observatorio Vulcanológico y Sismológico de Popayán, llegó a la zona más afectada por el terremoto, no pudo contener las lágrimas. Desde Popayán, luego de sentir la intensa sacudida generada por el evento, quiso saber dónde se había localizado el sismo y cuáles habían sido sus consecuencias, debió esperar muchas horas antes de que se produjera la información.
“Cuando ya supimos, armamos unas comisiones en helicóptero para hacer evaluaciones de primera mano. Fue muy impactante ver toda la zona epicentral afectada por deslizamientos: todas las montañas estaban completamente peladas, sin capa vegetal. Las poblaciones estaban tapadas, sin puentes y sin vías, por el gran flujo de lodo que se generó en los ríos Páez y San Vicente”, recuerda.
El terremoto, según el catálogo sísmico del SGC, sucedió a las 3:47 p.m., tuvo una magnitud de 6.8 (Mw), una profundidad de 10 km y una intensidad máxima de 8 (daño severo). Precisamente, la superficialidad con la que se dio, además de factores como la temporada de lluvias, la topografía escarpada de la zona y la deforestación, contribuyeron a la ocurrencia de deslizamientos y avenidas torrenciales. Estos fenómenos, precisamente, fueron los que generaron la mayor pérdida de vidas: 1.100 entre el total de 1.120 personas fallecidas (solo 20 murieron como consecuencia directa del sismo). Adicionalmente, se reportaron 1.600 familias desplazadas y 7.925 afectadas en el departamento de Cauca y, minoritariamente, en Huila.
Frente a esas dimensiones de la tragedia, Adriana Agudelo recuerda que el pueblo indígena Nasa, el cual habitaba en mayor porcentaje la zona, determinó que “todo se debió a la forma en la que los habitantes de la zona se estaban relacionando con la madre Tierra”. Esto teniendo en cuenta que además de la pérdida de vidas y el daño en la infraestructura, el terremoto tuvo efectos devastadores a nivel ecológico. En ese sentido, es importante tener en cuenta que la zona más afectada está ubicada en las inmediaciones del Nevado del Huila, un volcán que no solo tiene la mayor elevación de la Cordillera Central, sino que tiene uno de los casquetes glaciares más grandes en comparación con los nevados que quedan en el país. .Se calcula que alrededor de 40.000 hectáreas tuvieron afectaciones por el sismo y posteriores deslizamientos y avenidas torrenciales (flujos de lodo que se generaron en las laderas de la cuenca alta del río Páez y de sus afluentes).
Todo este escenario dificultó las labores de rescate y evacuación al punto de solo poder avanzar con ellas a través de helicópteros y cables aéreos improvisados.
Lo que el país aprendió
Para Jaime Raigosa, líder del Observatorio Vulcanológico y Sismológico de Popayán, este sismo y sus consecuencias se sumaron a las de eventos anteriores, como el terremoto de Popayán (1983) y la tragedia de Armero (1985), para evidenciar la necesidad de robustecer las instituciones y organismos dedicados a la gestión del riesgo.
“Como resultado de lo que pasó en Páez, se reforzó el monitoreo del volcán Nevado del Huila y posteriormente se instaló una red de monitoreo de flujos de lodo”, explica él, y añade que el trabajo conjunto entre instituciones y comunidades fue otra de las ganancias que sobrevino a la tragedia y se ha mantenido hasta el día de hoy.
Precisamente, la integración de experiencias y conocimientos entre entidades como el SGC, para la época Ingeominas, y las comunidades que vivieron el suceso de 1994, ha sido clave para tomar decisiones más acertadas frente al riesgo. Como ejemplo de esto, Raigosa menciona que entre 2007 y 2008, cuando el volcán Nevado del Huila entró en actividad, se presentó una erupción con pocos signos previos. Esta originó, a su vez, uno de los flujos de lodo más grandes asociados a un volcán a nivel mundial. En esa ocasión, la reacción oportuna de las autoridades y las comunidades permitió proteger la vida de cientos de personas (murieron 12, pero sin la gestión adecuada, el evento podría haber tenido un número de víctimas mucho mayor).
Esto es importante si se tiene en cuenta que este escenario pudo ser peor: “el flujo de lodo que desencadenó el sismo en 1994 fue de alrededor de 70 millones de metros cúbicos. Mientras tanto, el que se presentó en noviembre de 2008 tenía aproximadamente entre 350 y 400 millones de metros cúbicos, alrededor de cinco veces más. Esto demuestra que los planes de contingencia fueron completamente efectivos”, dice.
Por su parte, Adriana Agudelo agrega que esta experiencia, que ha sido fundamental para mejorar la gestión del riesgo en la zona y en el país, “nos permitió conocer el pueblo Nasa, sus costumbres, su forma de entender la vida, su cosmovisión…También nos dio la oportunidad a los geólogos del SGC de trabajar con las autoridades tradicionales y aprender a leer y sentir el territorio de otra manera”.
Recuerda que, para ese momento, no era muy común hablar sobre el intercambio de saberes entre científicos y comunidades, y por eso, sin una metodología expresa, los locales y los geólogos empezaron a construir una historia de esfuerzos conjuntos que hasta el día de hoy se mantiene firme y sirve como referente para otras experiencias de este tipo en el país. Para la reconstrucción de la zona afectada, el Estado creó la Corporación para la reconstrucción de la cuenca del río Páez, conocida como Nasa Kiwe. Esto, según Adriana Agudelo, permitió tomar decisiones como la descongestión de la zona afectada, es decir, la reubicación de las comunidades con el propósito de respetar la cuenca.
“Esto prueba que los estudios sirven para tomar decisiones que cuiden la vida. Este tipo de eventos no se nos pueden olvidar. De esto también depende la protección de futuras generaciones”, concluye.
Información suministrada por OP SGC