Por. Jesús Ramírez Lamouroux.
España en el siglo XV era una nación ambiciosa por comerciar con China y con Las Indias. Se recorrían largas distancias atravesando el continente europeo, aunque nunca se estaba exento de los peligros, se respiraba un aire de tranquilidad. Esto se mantuvo así, mientras el Imperio Mongol controló las rutas por las que pasaron tantos comerciantes, como el histórico Marco Polo. Fue la caída de Constantinopla a manos del Imperio Otomano la que impulsó a descubrir nuevos caminos.
Portugal dio un paso mas allá, Enrique El Navegante fundó una escuela de navegación y astronomía, es aquí donde aparece Cristóbal Colón en escena, un joven de origen genovés, apasionado del mar y de sus aventuras. El italiano, seguidor de Marco Polo, se obsesionó con uno de los territorios descrito en sus viajes; Cipango, así se conocía a Japón en esos tiempos. Siguiendo los pasos de su ídolo y motivado por la carta de Toscanelli al rey de Portugal, emprendió su proyecto, llegar a Las Indias navegando hacía el occidente.
Fue entonces que Colón se presentó ante el rey Juan II de Portugal en busca de patrocinio, y claro, para no ser juzgado por traición, pues en caso de encontrar nuevos territorios debía reclamarlos para alguna corona. La idea del navegante no le interesó al Concejo de Sabios, quienes no aprobaron, por lo que el rey optó por no apoyarlo. Sin intención de abandonar su sueño, Cristóbal tomó rumbo a Castilla, con la esperanza de que los reyes católicos estuvieran dispuestos a invertir en su viaje.
La reconquista de Granada y la negativa del Concejo se entrometieron en los planes del genovés, por lo cual, Francia era su nuevo destino. En el camino dio con un sacerdote, el cual quedó maravillado con todo lo que Colón le relató. Este se convirtió en un rayo de esperanza. Siendo la primera persona que confió en el intrépido plan, solicitó una audiencia con los reyes, en la que les solicitó reconsiderar. Con su ayuda, finalmente el viaje a La Indias se hizo realidad.
Tres embarcaciones se pusieron a disposición de Colón, solo hacía falta la tripulación. Los hermanos Pinzón pensaron que arriesgar sus vidas en esta travesía era una buena idea, al ser personajes reconocidos, otros muchos decidieron lanzarse al mar en busca de Las Indias el tres de agosto de 1492. Setenta días transcurrieron a bordo, el desespero y la incertidumbre se apoderaron de los pensamientos de los marineros. ¡Tierra, tierra! Gritó Rodrigo de Triana, un grito de alivio que sacudió el mar entero. Ahí están Las Indias declaró Colón. Rápidamente desembarcaron, y bautizaron la isla como San Salvador. Se trataba de Guanahaní, la cual es una isla ubicada en Las Bahamas. Colón describió en sus crónicas a los nativos como gente muy pobre, que andaban por ahí a medio vestir, altos y fuertes, pero, sin duda, lo que más llamó la atención del conquistador era que vestían oro de pies a cabeza.
Los nativos le indicaron a la tripulación que, si viajaban a una isla vecina, hallarían mucho oro, justamente por lo que habían emprendido el viaje. El cinco de diciembre de 1492 llegaron a lo que Colón creyó que era Cipango, llamaron a la isla La Española, aunque esta era en realidad Haití y República Dominicana. El italiano debía regresar a Castilla, a informar de su viaje a los reyes. Antes de su partida construyó el que fue el primer asentamiento español en el nuevo territorio, llamado Fuerte la Navidad.
Para su segundo viaje fueron 17 los navíos que zarparon rumbo a La Española el 25 de septiembre de 1493. El panorama que encontró fue el de derrota. La mitad de sus hombres habían muerto y el oro recolectado no era ni la mitad de lo prometido. Por lo que Colón tomó una decisión drástica. Comerciar a los nativos como esclavos en Europa.
Se desató la guerra entre los pueblos indígenas y la corona española, en la que los nativos sucumbieron ante el poder militar de los conquistadores, fueron saqueados, asesinados y obligados a dejar de lado sus creencias ancestrales. Colón realizó un par de viajes de más, hasta que enfermó y murió el veinte de mayo de 1506, creyendo que había cumplido su sueño, llegar a Las Indias navegando hacía el occidente. Sin saber que su éxito fue mucho mayor de lo que imaginó.
“Estas no son Las Indias, esto es un nuevo continente.” Declaró Américo Vespucio.